“Todas esas bien
intencionadas personas que me dieron libros oscuros
cuando lo que yo
necesitaba en realidad era una buena comida”, Bob Kaufman.
A la gente no
le gusta que los desconocidos les hablen los domingos
así
súbitamente
sin ambages.
El señor de
los camotes se asusta
si una
muchacha le saluda y acerca sus manos frías
a la chimenea
del carrito.
Si una señora
con dos boston terriers recibe un
“qué bonitos
sus perros”
volteará la
cara
pasará del
piropo
ignorará la
voz.
No vaya a ser
que el saludo abra un hueco en la estructura ósea de la realidad.
En cambio, si
un vendedor desconocido de cine arte interrumpe a quien esto escribe
levantaré los
ojos
pediré
disculpas por no tener dinero
por ser pobre
y ocultarlo
por sentir el
alma como un pájaro pequeño temblar adentro del cuerpo
estar tan
sensible a las bajas temperaturas y al paso del tiempo.
Es difícil ser
un desconocido los domingos
y saber que
solo queda en la billetera tan poco
el sueño de
unos zapatos nuevos
más tiempo.
Pero lo peor
de ser un desconocido los domingos es sentir el alma temblar
como un pájaro
pequeño
adentro de
este cuerpo.