viernes, enero 29, 2016

El 25 de enero de 2006...

El 25 de enero de 2006, llegué a México por primera vez en mi vida. Esa noche dejé mi maleta en el departamento que compartí con mi gran amiga salvadoreña Laura Aguirre en la colonia Viaducto Piedad, en todo el país no conocía a nadie más.

En dos maletas, cabía mi vida material, había traído ropa y un par de libros. Era el día más frío registrado en la Ciudad de México en mucho tiempo; Laura me prestó un abrigo, un gorro y unos guantes. En el aeropuerto, Jaime Neftali Martínez Hernández, a quien solo conocía virtualmente por un foro de literatura en internet, me regaló una tacita de cerámica talavera que todavía conservo, fue mi primera posesión física en este país.

La cerámica china empezó a venir a México desde Filipinas a partir del siglo XVI para desembarcar en Acapulco abordo de enormes galeones que hicieron ese recorrido durante un par de siglos, luego, dicha cerámica adoptó su versión mexicana y se tornó talavera. La tacita de inspiración china, tornada mexicana mediante su desembarco acapulqueño, tal vez fue una premonición.
Salimos a Coyoacán a tomar una cerveza en el Mesón del Gran Tunar. Fue la primera vez que me subí a un metro. Al día siguiente, tenía que presentarme en la UNAM donde estudié mi maestría durante tres años, de regreso a mi casa me perdí, me perdí muchas veces en la gran ciudad.

Trece días después, celebré mi cumpleaños comiendo sushi con Laura. Todo en mi vida era víspera.
Vine, en un principio, por dos años y medio, becada por la fundación Heinrich Böll y me fui quedando, diciendo "un año más en México". Me quedé por mi propio gusto y albedrío, en un principio por nuestro colectivo Las Poetas del Megáfono y luego por tantas razones propias e intrasferibles, no por las personas que me dicen que no vuelva a El Salvador porque allá no hay oportunidades para los creadores, porque sé que sí las hay.

En todos los países, la gente puede hacer casa, desde Noruega hasta Kenia, no hay lugares de mayor o menor valía para vivir.

Lo que no sabía ese 25 de enero de 2006 es que México me daría al compañero y amor de mi vida, Efraín Ríos Reyes, a quien conocí en Arcelia, Guerrero, en uno de los lugares más remotos y violentos del país; a un bebé amado desde esta su larga espera: Agustín; a una tribu extensa de amigos incondicionales; no sabía que extendería mi familia con mi cuñis Andrea E. García y todos los suyos que tan bien nos tratan; con mis suegros y mi nueva familia política amorosa; que tendría la donación vital de conocer a talleristas y maestros que cimbraron mi ser y mi escritura: Javier Norambuena-Ureta, David Huerta, Saúl Ibargoyen, María Auxiliadora Álvarez, Mara Pastor (mi primera sensei yogui); estudiantes y colegas; nuestro salvajísimo gato Selvo que escogió el gran Nico para mí; yoga y meditación; trabajo y estímulos en lo que más amo: la escritura e investigación de fenómenos sociales; viajes de gozo y trabajo a varios países y 23 estados de la república mexicana; el poder vivir en tres ciudades del país (Mexicali al norte, Ciudad de México al centro y Acapulco al sur); la oportunidad de comer a diario de una de las gastronomías más exquisitas del planeta; la posibilidad de vivir en seis viviendas y conocer roommates de distintas intensidades y lugares; estudios; festivales; coloquios; seminarios; lecturas; libros publicados (tres poemarios, dos libros de investigación, antologías y seis plaquets); publicaciones en revistas y periódicos; conciertos y vagancias. Y el año pasado, mi residencia laboral permanente.

A diez años de mi llegada a México, solo tengo ganas de celebrar y agradecer a todas las personas que me han querido, me han dado trabajo y me han acuerpado.


Y a las personas que también me quieren y me acuerpan desde El Salvador y otras geografías.
Iba a poner de postdata las cosas dolorosas o tristes que también me han pasado en este país, pero no quiero enturbiar este DÉCIMO aniversario, pues son pocas e insignificantes en comparación a la necesidad de agradecer :)

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